El Efecto Pigmalión

13.12.2013 18:18

Cuenta la leyenda que Pigmalión, un artista de Chipre, cansado de buscar una mujer con la que contraer matrimonio y no encontrarla (pues debía ser la mujer perfecta), decidió no casarse y dedicar su tiempo a crear esculturas preciosas para compensar la ausencia. Pero una de sus creaciones, Galatea, resultó de una belleza tal que llegó a enamorarle. Tanto fue así que Afrodita, diosa del amor, le concedió el deseo de dar a Galatea la vida.

 

La idea principal que extraemos de esta leyenda nos sirve para darnos cuenta de un proceso que está constantemente presente en nuestra sociedad. Cuando conocemos a alguien, instantáneamente tendemos a etiquetar a esa persona, nos creamos unas expectativas de ésta. Y, ¿qué ocurre entonces? Ocurre que nuestra manera de actuar con esa persona va a estar condicionada por esas expectativas previas y vamos a reforzarlas de tal manera que al final acabarán cumpliéndose. La formación de esas expectativas está íntimamente relacionada con nuestras experiencias del pasado.

 

Llevando este proceso al ámbito escolar se nos presentan serios problemas en el funcionamiento de las aulas. Aquí se unen dos importantes factores como son; primero, la predominante tendencia entre los docentes a etiquetar a sus alumnos (buenas o malas) incluso desde el primer día de clase. Y si no es el profesor quién lo hace directamente, es común que algún compañero intente equivocadamente aconsejarle, describiendo uno por uno a sus alumnos, lo que indirectamente le influirá , especialmente si se trata de un profesor nobel. Y segundo, existe el hecho de que el alumno o alumna es un experto en analizar la idea que el profesor se ha formado en torno a él. Estos dos factores darán lugar a la profecía autocumplida.

 

Si un estudiante ha sido etiquetado como “vago“, esa idea se reforzará y terminará por cumplirse, tanto por el trato condicionado que dará el profesor al alumno como por el hecho de haber entendido éste su papel en el grupo. Pero por el contrario, también un alumno puede ser etiquetado como “estudioso” y obtener así un gran rendimiento al finalizar el curso, gracias, en parte, a expectativas puestas sobre él por parte del profesor.

 

Algunas de las características más comunes que influyen en los profesores a la hora de etiquetar a sus alumnos son la complexión corporal, el género, el grupo étnico, el nombre de pila o apellido, el atractivo, el nivel socio económico, etc. La profecía autocumplida funciona en los dos sentidos: los estudiantes también se crean expectativas respecto a sus profesores.

 

Analizando todo lo anterior, y ya hablando desde un punto de vista personal, creo que sería fácil extraer erróneamente la percepción de que este proceso al que llamamos efecto Pigmalión resulta nocivo para nuestro sistema educativo, que deberíamos buscar la forma de erradicarlo. Pues bien, ni mucho menos. Tiene su parte positiva, muy útil. Sólo debemos encontrar la manera de utilizar esa profecía autocumplida como herramienta pedagógica, mostrando a los alumnos y alumnas únicamente expectativas positivas que hagan crecer en su interior una motivación por conseguir un desarrollo satisfactorio en su período escolar, eliminando además toda etiqueta del alumno que haga completar el proceso. No es sencillo, pero se puede conseguir. Así, un maestro siempre obtendrá lo mejor de sus alumnos. Sería fundamental como primer paso que el docente fuera consciente de lo que está ocurriendo para así poder invertir el proceso y trabajar en función de los bienes de sus alumnos.

 

 

 

La función primordial de una profecía no es predecir el futuro, sino hacerlo” - Wagar